EN FEMENINO

Cómo te gustaba la garnacha blanca, amiga

El tiempo no respeta lo que se hace sin él. Pasa con el vino, con la cocina y las amistades. Necesitan crianza y tiempo de cocción. Las relaciones también tienen una cuenta corriente emocional. Hace más de veinte años que conocía (cómo odio conjugar este verbo en pasado) a Anna Pérez Pagès. Y el tiempo no ha respetado ni sus 49 primaveras. Ahora sigo conjugando como buenamente puedo, aunque no esté bajo las reglas del Arte of Fiction de David Lodge.

Estos días no paro de hablar con ella, aunque sé que está muerta. Pero nuestro recuerdo está bien vivo y sus seres queridos hacen que se siga comunicando a través de sus redes. Gracias por cuidarla hasta la eternidad. Dime que no ha sufrido (solo ella sabe cómo) y que ha muerto viendo el mar, a ver si así duermo un poco mejor. Anna ha nacido para comunicar y así lo ha hecho hasta el último momento. Tener conciencia para escribir el texto del día en el que te marchas definitivamente no tiene que ser fácil. Y menos cuando lo tienes que leer, como hizo Anna Guitart en su nombre.

Gracias por habernos llenado de emociones y podamos continuar a crédito hablando contigo imaginándote cómo te sorprendes. Como ha escrito en las redes nuestra amiga Carme Gasull, citando a Miquel Martí i Pol, «te convertirás en un gesto». Para mí, es el de esconderse detrás de las gafas con esa sonrisa de media luna. Me encantó una foto vuestra con las compañeras de la COM, que decíais que vosotras hacíais feminismo antes del #metoo. Cómo ha tenido que cabrearte lo de Alves. Tus consejos LGTBI me han servido más que los que yo te di sobre vino. Sabías muy bien que querías un vino de la Terra Alta, del Montsant o de tu querido Empordà.

Siempre te quería llevar a mi other side del freelanismo porque me cabreaba que no se aprovechara todo tu talento. Me encanta el principio del texto «me gustaría más estar escribiendo un premio». Como a nosotras, porque tendrían que haberte dado unos cuantos galardones más en vida. Y ahora todo el mundo se da cuenta de ello. Suerte que has podido degustar la amistad más pura y armonizarla con el arte más exquisito.

La noticia me llega al WhatsApp «sopar friends & vins» que compartíamos con los periodistas Ana Boadas y Oriol Soler. Hace siete años que hacíamos maridajes terapéuticos. Cuando fuimos a la Mundana, llevaba a Leo dormido en el Maxi-Cosi, como si fuera un bolso. Se ha muerto, mierda. Me enfado mucho. Porque te has muerto de verdad, ¿no? «Ya quedaremos cuando esté mejor», nos decías en el chat. Supongo que no podría habernos dicho: «me estoy muriendo, lo he intentado todo, y estoy cansada de reconectar para volver a desconectar». Y esta vez, para siempre

Anna ha nacido para comunicar y así lo ha hecho hasta el último momento

Meritxell Falgueras

Escribo este artículo en Berlín, y no he podido ir a tu funeral con más de 500 personas, como me cuenta la escritora Marta Carnicero. Tengo una pequeña obsesión con la Segunda Guerra Mundial. Creo que no soy la única (por todas las películas sobre el nazismo que se siguen haciendo). Esta ciudad es una lección de historia, aunque no hemos aprendido nada, ya que todo se está repitiendo en bucle en las guerras actuales. Ahora solo busco en la capital alemana iglesias reformadas después de los bombardeos para ponerte una vela.

Siempre nos quedará los currywurst y los rieslings del Rheingau. Aunque a ti lo que te gustaba era la garnacha blanca: auténtica, mineral, versátil, amplia, profunda y risueña. Gracias a tu ejemplo, me animaste a ir al psicólogo y me hiciste dar cuenta de que no era tan feliz como quería hacer creer a todo el mundo. Miro nuestras fotos de cuando creíamos que lo peor que nos podía pasar era quedarnos sin pitis en medio de las viñas. La de la rotonda de Palladio, después de haber ido a trabajar a Venecia. Tuviste los ovarios de decirle a la cara, a todos aquellos que no me valoraban en Italia: «no tenéis ni idea de quién es Meritxell Falgueras en Barcelona» con tu estupendo acento italiano.

Estaba en el Véneto con un bebé lactante y no era capaz de ponerle palabras a esa sensación, pero tú sí. Te encantó ver cómo entrenaba mi nariz de oro en los aeropuertos, adivinando los perfumes, y como te obligaba a ponerte todas las cremas. Éramos lo bastante amigas para que nos contaras que tenías cáncer, pero no tanto como para darme cuenta de que realmente te estabas muriendo. Yo, aunque demuestre lo infantil que soy, quería que fuera de mentira y al final un Deus ex machina te salvara. «El proceso de la enfermedad deja un poco de lado el HACER, ligado al cuerpo, y da espacio al SER, propio del alma. Toda la vida he hecho y ahora quiero ser. Quiero estar desde el alma.»

No puedo parar de comprobar en Twitter cómo te quiere la gente, las noticias que hablan de ti, nuestros últimos mensajes. Cuando murió tu perra hace tres años, estuviste tan mal que no pudiste venir a la presentación de mi libro. Cuando te inundaba la pena, tu intensidad te inmovilizaba.

Decidme que no ha sufrido tanto, que no estaba sola. Los teatros te han aplaudido, los programas de radio te han elogiado y te quieren poner una butaca en tu querido teatro, y todo el mundo te recuerda en el sofá rojo. Y yo, mientras tanto, como echaba de menos la Trilogía de Nueva York, leo el último de Paul Auster, Baumgartner, escrito cuando el autor americano tiene cáncer. «Cuando me muera, quiero que me pongas esta canción de los Beatles», me dice mi pareja.

Yo quiero «Alegría» de Cirque du Soleil, porque me recuerda cuando fui ahí con dieciocho años con mi abuela, aunque ahora haya vuelto el espectáculo a Barcelona. Qué mal rollo pensar en el día en el que te morirás… Pero es que la vida es ahora. Siempre me pregunto por qué la gente, cuando se hace mayor, está más triste, y es porque han ido perdiendo a sus amigas. Mi querido Jaume Vallcorba, editor y profesor de literatura italiana, y gran experto en vinos, también se diseñó su funeral. Llamó a mi hermano para encargarle los vinos que quería degustar antes de morir. «No le diga nada a su hermana». Quizás soy yo quien no permito a mis amigos que me digan que se tienen que marchar, y les sigo poniendo copas para reír y no llorar.

Al vino le cuesta el doble estropearse que lo que le ha costado hacerse. Es decir, ¡un vino de crianza «aguanta» más que un reserva! ¡Detesto cuando alguien dice que este está vivo después de x años! Sobrevivir no es vivir, solo es existir. ¿Por qué quieres envejecer tanto el vino? ¿Para que se lo beban tus nietos? En un momento en el que tengo más manchas faciales que granos, me viene a la cabeza el legado de la Peigis (apodo de Anna Pérez Pagès). Que no nos hablemos mal (ni a los demás ni a uno mismo), que los complejos físicos nos importen un pito. A ella le habría encantado levantarse de esta pesadilla con una cara llena de arrugas, ver crecer a nuestros críos y cruzar la calle para que uno de estos rayos de sol le iluminara la cara, el día y la vida.

Lee la entrada anterior: Crímenes vinícolas y restauración

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